Cuando Dios pone como fundamento de toda la Ley
el primer mandamiento, es que hay que empezar por él.
En este mandamiento está resumida
toda la Ley y todos los profetas.
Cuando uno sigue ese orden de prioridad que Dios establece,
se da cuenta que todos los otros mandamientos
están condicionados por éste.
En él se nos descubre Dios como el verdadero Dios,
como la fuente del verdadero amor.
En él descubrimos a quién llama Dios nuestro prójimo,
descubrimos el amor que Dios le tiene,
que es una medida del amor que nos pide que le tengamos.
Si prescindimos del primer mandamiento
salimos del terreno de Dios para entrar en nuestro terreno.
Definimos el amor, definimos al prójimo,
definimos el amor que le damos,
cuándo hemos de dárselo
y cuándo estamos autorizados a negárselo.
Hemos cortado toda conexión con Dios,
el amor que hacemos circular es ya una moneda nuestra,
nuevos Césares, a los que es preciso pagar un tributo
como recompensa a todo lo que nos da.
Ese amor nos separa más de lo que nos une,
nos destruye más de lo que nos construye