El bien, el mal,
la luz, la oscuridad,
la vida, la muerte,
el amor, el odio
cielo… infierno
aquí, allí…
No sé la historia de Dios,
si siempre fue así; seguro que sí…
pero sí sé dónde le ha llevado su historia.
Y sabemos, también,
a dónde nos ha llevado a los hombres nuestra historia.
Amor, odio… son como los frutos
de dos opciones de dos historias.
Hoy el Señor nos pone sobre aviso.
En la tierra no sólo están las huellas de otros hombres,
están las huellas de Dios.
Unas y otras son caminos que cada uno puede seguir.
Se pueden seguir las huellas de Dios
por los caminos del hombre.
Se puede ser de Dios
habiendo nacido entre los hombres.
Y esos caminos, esa pertenencia
no sólo marcan nuestro destino,
marcan nuestra vida.
El amor de Dios, pertenecer a Dios
nos lleva a amar a todos.
El amor del mundo, muy exclusivista,
sólo permite amar a los suyos
para Dios y los que le pertenecen,
es amor se hace odio.
Amar a Dios sin que él lo sepa,
no sé si es tarea fácil, pero es un engaño;
como lo es pretender amar a todos
sin que se ninguno se entere.