domingo, 22 de marzo de 2009

No digas ¡VIVO! mientras no hayas vuelto a nacer

Los sabios no se ponen de acuerdo al afirmar
lo que Jesús sabía de sí mismo.
Pero nadie duda que sabía perfectamente a qué había venido.
Y se había identificado plenamente con su misión.
Era realmente la Palabra, el Perdón, el Amor, la Vida de Dios.
Si ya era todo eso de Dios, "el Hijo amado, el Predilecto,
uno se pregunta si le faltaba algo para saber que era Dios.
Nicodemus no era un hombre
que se alimentara exclusivamente
de ciencia y de tradiciones;
se le ve un hombre enamorado de la vida, de la Luz.
Nada de cuanto había recibido hasta entonces,
había podido saciar sus hambres.
Aquel profeta era otra cosa...
A su lado se saciaban todas las hambres.
Había ido a verle de noche,
lleno de miedos y oscuridades.
Y seguro que su visita no fue corta.
No debió marchar antes del alba, de cara a la luz,
sin sus miedos, saciada su hambre, lleno de Luz.
Leí en una ocasión que Nicodemus no fue un buen amigo...
Pues no lo sé, pero debían hablar
del Nicodemus que fue a Jesús, no del que marchó.
Había empezado la experiencia que Jesús le propuso:
"Volver a nacer" y sintió que ahora sí estaba vivo.
No basta no haber muerto para estar vivo...
No lo creerás hasta que hayas hecho la experiencia.
Ve a Él, mírale, ¡Vuelve a nacer! ¡VIVE!