miércoles, 1 de abril de 2009

Jesús nunca quiso ser el único... eso ya lo era.

Jesús sabe los efectos de produce
tener a Dios como suprema referencia.
Sabe qué grande se hace el corazón del hombre
cuando deja que el amor de Dios le llene.
Sabe lo fácil que se hace amar a todos,
lo fácil que resulta distinguir los amores falsos
del amor verdadero.
Sabe con qué libertad se llega a vivir
en medio de un pueblo agobiado por el peso
de tantas leyes y normas.
Sabe cómo cambia el rostro de Dios
al de un Dios Padre.
Un Dios que justifica cuando hace justicia
y cuya corrección nos hace buenos.
El lo sabe, lo ha vivido,
ha oído su voz que le ha llamado
"hijo amado, el predilecto".
Le ha hecho partícipe de todos los secretos
que llenan el corazón de un Padre...
Y Jesús no quiere ser el único que lo sabe,
el único que lo disfruta;
quiere que todos tengan la oportunidad de vivirlo.
Pero el hombre se resiste...
Ya es hijo de Abraham, no es hijo de esclava...
No nos bastó oírlo ayer... "No podéis ir donde yo voy".
¡Querer volver a oírlo hoy...!

Eso es en sí terrible: dejar de tenerle a Él;
no poder volver a oírle,
no tener ya la ocasión de rectificar nuestros errores,
perder definitivamente la oportunidad
de vivir la plenitud de vida que él vivía.