Dios no nos llama para que hablemos de Dios,
sino para que seamos suyos.
No nos llama para hablar de otros hombres,
sino para que seamos otros hombres.
Nuestra vida cambia cuando nos dejamos alcanzar por Él.
Y ese hombre nuevo es ya como la Zarza del Sinaí:
arde, luce para siempre sin consumirse
porque lo que en él brilla es la luz de Dios.
Como los apóstoles, damos testimonio
de lo que hemos visto y oído.
El camino es el que Cristo recorre,
es el que Cristo te hace recorrer.
Tu luz es como la que brilla junto al Sagrario…
Dios está aquí… vengo de Dios,
mi camino lleva a Dios cuando voy por el camino
que Dios me ha pedido recorrer.
Mi camino pasa por entre mucha gente
que nunca hubieran pensado
que tuvieran tan cerca el camino de Dios;
que vivían desde siempre al borde de ese camino.
Tú has sido enviado para que ese camino aparezca,
para que tu luz lo ilumine,
para que todos vean, cuando lo recorres,
que ese camino es de Dios, que lleva a Dios,
que nos lleva a ser hombres, mujeres…
un camino capaz de unir todos los caminos.