martes, 3 de marzo de 2009


Es verdad que cualquier cosa que se habla con Dios
resulta siempre algo importante,
siempre que se vaya a algo más que hablar,
o bien, si partiendo de esa intención,
se le permite a Dios aprovechar la ocasión.
Tal vez, como invitaba a pensar ayer,
fuiste a contarle las cosas que hacías o habías hecho,
y cuando casi no habías comenzado, el te interrumpió:
Espera... no me lo cuentes como si yo no lo supiera...
Todo eso que me cuentas, me lo estabas haciendo a mí.
¡Vaya ilusión! ... o ¡vaya corte!; todo puede ser.
Pues hoy sucede algo parecido...
Empiezas a rezar y de pronto, como un susurro,
oyes su voz que te recuerda... "Estás hablando conmigo".
Tengo buen oído, buena memoria, memoria del corazón;
guardo todas las cosas que me dices,
saboreándolas en mi corazón.
Las palabras con que rezas son palabras mías;
yo te las ofrecí porque son las palabras
que me encantan cuando te las oigo a ti.
¿Por qué crees que Jesús las decía tantas veces?
¿Por qué crees que son la única oración
que enseñó a los suyos
cuando le pidieron que les enseñara a rezar?